Historia
El primer Alfredo Jijón nació el 24 de junio de 1919. Nació en un mundo sin películas a color y sin penicilina. En su vida vio como el primer avión cruzó el Atlántico y como Jonas Salk desarrolló una vacuna contra el polio. A sus cincuenta, el hombre llegó a la luna.
El segundo Alfredo Jijón nació el 7 de septiembre de 1956. Casi cuarenta años después, era como nacer en otro planeta. Creció con rock-and-roll, con movimientos hippies, con vacunas contra todo y con tomografías. Cuando él cumplió cincuenta, los científicos ya habían determinado la secuencia del ADN.
Padre e hijo vivieron vidas distintas. El uno cantaba tangos, el otro cantaba Beatles. El uno cuidaba jardines, el otro jugaba fútbol. El uno era un gran señor a la antigua, el otro moderno, chistoso y actor…
Pero algo tiene el nombre Alfredo Jijón.
De una manera fundamental, los dos eran iguales. Cuando el segundo Alfredo Jijón era niño decidió seguir los pasos de su papá. Así los dos, juntos y por separado, dedicaron su vida a cuidar a mujeres embarazadas. Entre los dos trajeron a más de 10.000 niños al mundo.
Los dos Alfredos Jijón fueron médicos, ginecólogos y obstetras. Los dos estudiaron en el Ecuador y se especializaron en los Estados Unidos. Volvieron a su país para servir a su gente. El primer Alfredo Jijón trabajó más de cuarenta años en la Maternidad Isidro Ayora, donde creó la primera sala de alto riesgo obstétrico. El segundo Alfredo Jijón trabajó en el Hospital Metropolitano y en la Fundación Metrofraternidad, dando atención gratuita a pacientes de bajos recursos. Atendieron, aplacaron, acompañaron a sus pacientes. Eran profesionales, empáticos, caballeros.
Trabajaron no sólo por sus pacientes, pero también por la medicina del país. Los dos fueron presidentes de la Sociedad Ecuatoriana de Ginecología y Obstetricia. Fueron profesores universitarios, el uno en la Universidad Central, el otro en la Universidad Católica. Fueron investigadores que aportaron a la ciencia. Los dos dieron significado al nombre “Alfredo Jijón”.
Esta fundación es en su nombre. Es un nombre que abarca vidas distintas, épocas distintas, mundos distintos. Pero también es un nombre que representa dedicación, vocación y compromiso. Por eso, por ellos, hemos nombrado a la Fundación que promueve la Casa Taller La Ribera.